Las infancias migran. Retos, desafíos y oportunidades- Jorge Fernández

“Cuando dos elefantes se pelean quien más sufre es la hierba que pisan” 

Proverbio africano

Hablar de migraciones no es algo nuevo en la historia de la humanidad. Pero tal vez lo novedoso sea conocer la complejidad de motivos por los cuales las personas migran tanto a nivel global como a nivel regional. Los flujos migratorios se movilizan por distintas cuestiones, algunos motivos relacionados con la economía, algunos para mejorar las condiciones de vida, otros se ven obligados por el desplazamiento forzado originado en los efectos del cambio climático y en ocasiones para salvar la vida, para gozar de la libertad y/o la seguridad.

Las cifras de la Organización Internacional de Migraciones (OIM) y del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) hablan por si solas, en donde este último organismo dio cuenta que más de 100 millones de personas se han visto obligadas a huir de su lugar de residencia por alguno de los motivos anteriormente mencionados (violencia y violación generalizada de los DDHH, guerras, desplazamientos forzados, entre otros).

También podríamos sumar a este análisis las migraciones extracontinentales que llegan a nuestra región de personas que huyen de más de 15 conflictos abiertos en el continente africano, en medio oriente o de Ucrania misma. Conflictos que llevan décadas sin solución como es el caso de la guerra de Siria, la de Afganistán, sólo por mencionar algunos que ya casi no tienen tanta prensa ni marketing.

Los grandes flujos de personas que migran se encuentran condiciones de vulnerabilidad al momento de llegar al nuevo territorio, estas condiciones se van agravando conforme se va avanzando en la ruta migratoria. 

Así en América latina, nos encontramos con diversas corrientes migratorias, por un lado; las personas que salen de Haití, Cuba y otras Islas del Caribe y se suman a las personas de El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México (junto a otros países) que dan origen a las caravanas en Centroamérica con destino a los Estados Unidos. Otro flujo es el que se origina desde Venezuela también hasta el norte con destino al sueño americano, pasando por la selva del Darién en Colombia, con frontera en Panamá. Y también este flujo mixto (se denomina así a aquel en el que se encuentran migrantes y personas con necesidades de protección internacional, personas refugiadas) baja hasta el sur por Brasil o Colombia, hasta el sur en Chile o Argentina. 

En casi todos los casos se presentan niñas, niños y jóvenes en edad escolar ¿pero que pasa en el mientras tanto en el proceso migratorio?. Lo primero que ocurre es que salen del sistema educativo de su país y hasta tanto no lleguen a destino no vuelven a tomar contacto con el mismo; en estos casos no sólo se ven afectados el derecho a la educación, sino también (y en función del reconocimiento que cada Estado) los derechos consagrados en la Convención Internacional de Niñas y Niños como instrumento del Derecho Internacional de los Derechos Humanos que resguardan en dicho instrumento. Pero en un continente desigual, como es el continente americano, el que niñas y niños sean objeto de derechos también lo es.

Las personas cuando se ven obligadas a migrar en condiciones de vulnerabilidad (y en algunos casos vulnerabilidad extrema) pierden en la ruta hacia su destino final, el respeto y el reconocimiento de sus derechos más básicos, los derechos a la alimentación, salud, educación y trabajo son los que más se pierden, pero es necesario para comprender mejor lo que ocurre profundizar este análisis y abordar su complejidad. En ocasiones los Estados no reconocen el derecho a la educación de niñas y niños porque no cuentan con la documentación migratoria en regla o sus familiares compañeros de viaje no pueden dar cuenta de un ingreso o permanencia regular en dicho país. Esta situación excluyente incrementa la vulnerabilidad, junto a otras relacionadas con la alimentación, la salud (física, emocional y mental) de estas infancias. Cuando las infancias transitan de norte a sur y de sur a norte nuestra región vivencian cosas fuertes para cualquier edad (pasan días sin alimentarse, ven cuerpos afectados por los kilómetros recorridos, violencias de todo tipo, junto a riesgos que cada territorio presenta) y estas afecciones dejan marcas de todo tipo que complejizan los procesos de aprendizaje, cuando ya se encuentra un lugar de destino buscado o un lugar de destino obligado.

Cuando su asentamiento se logra, el primer desafío es poder cubrir las necesidades más básicas como alimentación, alojamiento, cobijo, salud para luego poder pensar en otras relacionadas con la educación; generalmente estas son cubiertas por diferentes organizaciones humanitarias, organizaciones basadas en la fe y organizaciones comunitarias. 

Para luego abogar por los derechos de estos colectivos para poder acceder y ejercer plenamente de estos, lo cual no es tarea sencilla de lograr frente a Estados en nuestra región. Si bien ha habido grandes avances en nuestra Región, aún hay mucho por lograr. Mucho por conquistar para que las infancias tengan un lugar central en las agendas estatales, en las agendas escolares.

Cuando un niño o niña llega a una nueva escuela (sin importar en qué nivel se encuentre, sea nivel inicial o primario) lo primero que debe hacer es adaptarse, debe aprender cómo son los códigos de ese grupo de pares, de la escuela y de sus docentes. Y en algunos casos también deben aprender el idioma, todo un lenguaje nuevo, en el cual en ocasiones deben usar para poder actuar de traductores de sus padres, madres o familiares frente a las autoridades, frente a las docentes o a cualquier otra persona que así lo requiera. 

Estrés es la palabra que mejor describe este escenario y que (a veces) es más visible para el mundo adulto, pero en otras ocasiones no, por lo cual considerar el tema de la salud mental es algo que debe estar en agenda de cualquier dispositivo educativo que pretenda abordar la integración e inclusión social, cultural de modo real y concreto.

Las necesidades son muchas, en algunos casos desde lápices, cuadernos y libros, hasta espacios seguros y amigables para las infancias que contribuyan a sanar las heridas que el camino deja, y así ayudar a recuperar la infancia perdida kilómetro tras kilómetro. El colaborar en la nueva socialización, en la (re) vinculación con familiares que quedaron en el país de origen y acompañar la adaptación al nuevo escenario. 

A veces esto es abordado de modo intuitivo por diversas organizaciones comunitarias, en otros casos existen programas de apoyo para acompañar estos tiempos complejos y difíciles como lo son las primeras semanas, meses o años, y aquí los juegos, las músicas y toda expresión artística que ayude a movilizar y expresar emociones son de gran ayuda.

En este marco la necesidad de contar con escuelas y docentes cada vez más sensibles, abiertos a la diversidad, a la interculturalidad, a la comprensión de necesidades (que en más de un caso son invisibles o no manifestadas) de estas infancias migrantes es una clave inicial para que este encuentro sea positivo y significativo, haciendo una diferencia en la vida de miles de niñas y niños que no decidieron migrar por su propia cuenta.

Las capacidades de resiliencia se ven potenciadas si hay un ambiente propicio que así lo permita. De ser así los nuevos aprendizajes del nuevo contexto, del camino recorrido y de los nuevos vínculos irán generan un amplio espacio de oportunidades de aprendizaje, de desarrollo de nuevos saberes y de revalorización de lo propio y de lo ajeno, en donde la diversidad es un valor positivo y no algo raro o negativo. 

Las migraciones siempre aportan cosas buenas a nuestras comunidades, como novedad y talento, una diversidad que enriquece el día a día y mucho más si este aporte es valorado positivamente desde ese territorio de posibilidades que es la infancia, de ser así el mapa de la paz y la convivencia será más claro para cada sociedad. 

Apoyar a las niñas, niños y jóvenes migrantes y refugiados para su integración e inclusión local, es apostar a una mejor sociedad, a una mejor comunidad a un mejor barrio. Ahora el reto estará en el mundo adulto para que con una educativa amorocidad podamos acoger todos esos sueños, realidades, capacidades y potenciarlos para que el futuro no sea una vaga promesa.

 Jorge J. Fernández. Argentino, Licenciado en Organización y Dirección de Instituciones (UNSAM). Diplomado Internacional en Derechos Humanos, Políticas Públicas en Gestión de Riesgos a Desastres en América Latina y el Caribe (Fundación Henry Dunant, Chile). Con estudios de Maestría en Comunicación y Derechos Humanos (UNLP). Con más de 30 años de experiencia en gestión de organizaciones de la sociedad civil a nivel nacional e internacional, se ha desempeñado en posiciones de liderazgo en organizaciones como Scouts de Argentina, Organización Mundial del Movimiento Scout, Ministerio de Desarrollo Social de Argentina, Movimiento Scout del Uruguay, Fundación Vivienda Digna. En el sector humanitario ha liderado posiciones en Cruz Roja Argentina, Save the Children, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Chile), Comisión Católica Argentina de Migraciones, Centro de Apoyo al Refugiado ADRA – ACNUR. Como voluntario forma parte de Scouts de Argentina, de la Red Interagencial para la Educación en Situaciones de Emergencias; de igual modo es facilitador del Centro de Competencias en Negociación Humanitaria (CCHN) en Suiza. En la actualidad coordina proyectos para el Centro Regional Ecuménico de Asesoría y Servicio (CREAS).

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