“Cada madre debería poder brindarle a sus hijos, desde la concepción, un entorno de apoyo: serenidad, resguardo y alimentación sana. La seguridad humana es un requisito previo para que los niños desarrollen el sentido de valor propio, confianza y equilibrio”, asegura Jill Donnelly, que ha trabajado como tutora de familias en situaciones vulnerables, donde la violencia es cotidiana.
Siempre que falten experiencias fundacionales, toda la sociedad sufrirá de violencia y, en consecuencia, se generará más violencia. La familia es el primer núcleo donde se aprenden los valores centrales: el amor, el respeto y la fortaleza moral, aunque las escuelas y asociaciones cumplen un papel complementario. No debemos olvidar al Estado, que también tiene un papel fundamental como ejemplo de aplicación de estos valores en la sociedad.
La exvicedirectora de UNICEF, Rima Salah, está de acuerdo con esta afirmación. Durante la gran cantidad de misiones que llevó adelante en todo el mundo, pudo ver el papel transformativo de las madres en cuanto a la creación de una cultura de paz, tanto dentro de la familia como en la sociedad, en particular, visto desde la perspectiva de la primera infancia. Salah argumenta que, ante la ausencia de un sistema de protección nacional, es la familia y específicamente las madres quienes tienen la responsabilidad de restablecer el sistema de protección.
Sin embargo, la exposición de los padres a la inestabilidad y el estrés pone en riesgo su capacidad para brindarles a sus hijos la protección necesaria. En países azotados por la guerra o en campos de refugiados, muchas madres expresaron su preocupación por el desarrollo de sus hijos y el estrés emocional que atraviesan, como un grupo de madres sirias refugiadas en Líbano y en Jordania. Al enfrentarse con la separación de sus hijos, la violencia física y estructural, sienten una ausencia de poder, aunque resistan y hagan su mayor esfuerzo por protegerlos. Esta pérdida de la infancia debería alarmarnos.
Hace dos mil quinientos años, Aristófanes inventó un lema efectivo que le otorgó a su heroína, Lisístrata: “Si quieres hacer el amor, no hagas la guerra”. Esta valiente mujer ateniense había convencido a las mujeres de las ciudades griegas de hacer una huelga sexual para terminar con la guerra del Peloponeso. Aristófanes, autor de la comedia, agregó: “Declaro que debemos dejar la ciudad a las mujeres. […] Solo dejemos que gobiernen y veremos una cosa: que, al ser madres, lo primero que querrán es salvar a los soldados”. Aunque sus palabras son, en parte, ciertas, Aristófanes escribió una comedia para teatro. Entonces, pensar que únicamente las mujeres son las adecuadas para gobernar sería un grave error conceptual.
Como dijo el Dr. Denis Mukwege, ganador del Premio Nobel de la Paz, en el prefacio de Mothers and Peace [Las madres y la paz]: “Todas las personas estamos involucradas. Todos tenemos la responsabilidad de ayudar a mantener la paz en nuestra familia y en la sociedad”.
Crear un mundo en paz no es solo tarea de las madres, pero dada su relación con la vida y su misión como primeras educadoras, tienen una sensibilidad particular que deberíamos tener en cuenta. Muchas de ellas entendieron que la palabra, expresada de manera individual o colectiva, tiene que dejar de lado el aspecto privado para poder enfrentar el público. En Costa de Marfil, Brigitte muestra la manera en la que las mujeres se organizaron para expresar su enojo frente a las autoridades y lograron la reconciliación nacional.
De una forma similar, cuando suceden negociaciones en un país para firmar acuerdos de paz, se debería incluir a las madres. Tienen necesidades y expectativas específicas que se deberían tener en cuenta durante la negociación. En tiempos de conflictos, si son ellas quienes se hacen cargo de la familia y comunidad mientras los hombres pelean en el frente, o están heridos o capturados, en los tiempos posteriores al conflicto, son también ellas quienes enfrentan las dificultades de la vida cotidiana, tanto en términos económicos como de cuidados.
Victorine, de la República Democrática del Congo, dice: “La experiencia de guerra de las mujeres es distinta de aquella de los combatientes y políticos. Se deben tener en cuenta sus necesidades. Sus pedidos son legítimos, simples. Piden estabilidad del estado, cuidado para ellas y sus hijos, acceso a la educación y la posibilidad de proveer para su familia”. Sin embargo, las mujeres y, en particular, las madres, no suelen estar incluidas en los procesos de paz de alto nivel.
Además, las madres cumplen un papel fundamental en la reconstrucción de la verdad y en el trabajo de la memoria, tanto a nivel político como jurídico.
Maggy, de Burundi, alienta a las madres a que alcen la voz: “Hay mujeres extraordinarias en el ámbito de la política, que podrían contar con más apoyo de otras mujeres para ser un ejemplo de luz y vida”.
Para Maggy, como también para Lucie, de la República Centroafricana, o para Daria, de Colombia, las madres deben poder expresarse con fortaleza y convicción, sin miedo de transgredir las leyes o el orden establecido, aunque el riesgo sea alto.
Si las madres deben lograr que su voz se escuche en el ámbito político, también deben alcanzar ese objetivo en el ámbito jurídico.
Munira Subasic vivía en Srebrenica en julio de 1995. Veintidós miembros de su familia fueron asesinados, incluido su esposo y su hijo de dieciséis años. Como testigo, quería contar lo sucedido y que se condene a los genocidas. Uno de ellos, Ratko Mladic, obtuvo la cadena perpetua por parte de la Corte Penal Internacional de la antigua Yugoslavia.
Escuchemos la voz de aquellas madres que comprendieron, probablemente mejor que otras personas, que la paz es sinónimo de la preservación de la especie humana, que muchas veces es capaz de aniquilarse a sí misma. La íntima relación que tienen con la paz, aunque sea frágil y difícil, se debería tener en cuenta de forma sistemática en las negociaciones de paz, tanto a nivel nacional como en organizaciones internacionales, cuya tarea es la de crear un mundo menos violento.
Pauline AMBROGI
Mères et Paix [Las madres y el país], ediciones de l’École de Guerre, París, 2021
https://ecoledeguerre.paris/editions/

Pauline AMBROGI tiene un doctorado en historia contemporánea. Escritora y poeta, representó a la ONG Make Mothers Matter en la UNESCO.
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